Transcripción:
En Chiapas, los migrantes enfrentan robos, secuestros, extorsiones, abusos de poder, retenciones ilegales, desapariciones y asesinatos.
Para este trabajo se entrevistó a personas que debieron pagar grupos criminales para que les permitieran cruzar el Suchiate o las liberaran de un secuestro o extorsión.
La presencia militar en tareas de control migratorio se ha incrementado. Entre 2019 y 2022, en la primera mitad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el despliegue de soldados se triplicó en la zona.
En balsas hechas con cámaras de llanta, traficantes de personas al servicio del crimen organizado cruzan el río Suchiate, con el consentimiento de la Guardia Nacional, a decenas de indocumentados.
El lugar es el primer contacto de las personas en movilidad que arriban desde Centroamérica; es un choque con la violencia migratoria dominada por la brutalidad del crimen organizado y las tropelías de las autoridades gubernamentales.
Son las 11 de la mañana y el sol se muestra arrogante. Roxana, una colombiana de 22 años, empuja una pequeña carriola rosa en la que traslada su hija Aitana, de apenas un año. Cubre con un suéter negro la superficie plástica de la carriola para aminorar la temperatura que ronda los 34 grados. Avanzan sobre la carretera costera de Chiapas rumbo a Oaxaca. Lo hacen inmersas en el anonimato de una caravana migratoria formada por familias de Centro y Sudamérica que anhelan llegar a Estados Unidos.
El grupo es difícil de contar, tal vez unos 300, entre ellos padres, madres, jóvenes, adultos mayores, niños, niñas y bebés transportados en carriolas o en hombros. Caminan dispersos sobre el costado izquierdo de la carretera. Es lunes de octubre y se ven agotados.
Roxana está de acuerdo en estar aquí, aunque no era su idea inicial.
Planeaba hacer el recorrido en autobús, pero tres días antes, al salir de Tapachula, unos hombres armados detuvieron su transporte, preguntaron por los migrantes a bordo y el chofer no dudó en señalarla.
"Te bajas o te bajo de los pelos", amenazó uno de los armados.
La obligaron a subirse a una motocicleta rumbo a una zona despoblada. La acondicionaron a pagar 3,300 dólares a cambio de su libertad. Le dijeron que por cada media hora que tardara en conseguir dinero, la cuota aumentaría.
"Yo le pedía: 'por favor, por favor, no quiero que le pase nada a mi hija'".
"En el camino me entró una angustia, sentía que me ahogaba porque iba a mucha velocidad", recuerda.
Roxana logró contactar familiares en Estados Unidos y realizaron el depósito para pagar la extorsión.
Antes de liberarla, los traficantes la forzaron a grabar un video en el que contaba cuánto había pagado. Le dijeron que la grabación era una garantía para no volver a secuestrarla. Una vez liberada, caminó horas por las afueras de Tapachula hasta que encontró a unos venezolanos que la invitaron a unirse a la caravana, la primera que se realiza durante el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum.
En este grupo abundan relatos de secuestros, extorsiones, abusos de poder y retenciones ilegales. Aseguran que caminar en conjunto les protege del crimen y de las autoridades migratorias mexicanas; sin embargo, el paso es lento. En dos días han avanzado 70 kilómetros, un trayecto que en automóvil se recorre en 90 minutos. La meta es llegar a Arriaga, la última ciudad chiapaneca antes de entrar a Oaxaca, a más de 235 kilómetros de distancia.
Si continúan al mismo ritmo, les tomará otros seis días llegar.
Zona en conflicto
La región del Soconusco, en el sureste de Chiapas, inicia en la frontera sur con Guatemala. Atraviesa Tapachula, Huixtla, Villa Comaltitlán y Escuintla hasta llegar al Istmo Costa, en el norte de Chiapas. Esta es una de las rutas más utilizadas por los migrantes que llegan a México. Por aquí pasa la carretera costera que bordea el océano Pacífico y es también el camino por el que avanza la caravana.
En los primeros días de octubre, sobre esta ruta, asesinaron a ocho migrantes. A seis personas las mató el Ejército tras presuntamente confundirlas con el crimen, y otras dos fueron halladas asesinadas a balazos en un sembradío de caña.
Entre 2019 y 2022, en la primera mitad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el despliegue militar se triplicó en la zona: pasó de 5,000 a casi 14,000 soldados.
La violencia en el Soconusco también ha crecido. Desde 2021, esta región enfrenta una intensa disputa por las rutas del tráfico de drogas y el tráfico de personas migrantes entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa.
Los militares y el crimen organizado coexisten en este complejo territorio; unas veces se enfrentan a balazos, otras solo se vigilan mutuamente, como sucede en los retenes migratorios de la Guardia Nacional, donde hombres en motos y radios en mano vigilan los movimientos de los militares y migrantes.
Víctor La Patrona
Víctor descansa bajo la sombra de un árbol a la orilla de la carretera. Lo hace mientras espera al resto de la caravana. La estrategia de este venezolano de cuatro décadas es caminar deprisa, tomar la delantera del grupo y esperar a ser alcanzado mientras reposa y se hidrata. Dejó su patria en 2017, cuando la crisis política y económica de Venezuela se volvió insostenible para él. Decidió, junto a su familia, probar suerte en Brasil, pero no lograron estabilidad económica. La familia se dividió: su esposa emigró a España y él decidió emprender este sinuoso camino.
"Sé que estoy en un territorio minado de cárteles; para poder venir de Guatemala a Tapachula nos trajeron así, los cárteles", relata.
Víctor pagó 100 dólares a unos traficantes en Guatemala que se hacen llamar La Patrona. Le tomaron una fotografía y estamparon en su brazo un sello negro. Lo subieron a una balsa en el río Suchiate. Al llegar a México, lo identificaron por la fotografía y la marca.
“¿Tú eres venezolano que viene con La Patrona?", le preguntaron unos hombres en Ciudad Hidalgo, la primera ciudad mexicana al cruzar el río Suchiate. En este lugar, el tráfico de migrantes fluye con rapidez a la vista de la Guardia Nacional, que mantiene un campamento a la orilla del río. Frente al punto militar suceden actividades cotidianas: el tráfico de personas indocumentadas, el cruce en balsas de habitantes fronterizos y el tránsito regular por el Puente Internacional.
Una vez que Víctor pisó Ciudad Hidalgo, los traficantes lo subieron a una combi que lo trasladó a Tapachula, a unos 50 minutos en auto.
Ahí buscó trabajo mientras intentaba obtener una cita para solicitar asilo en Estados Unidos. Pasó un mes y no consiguió ni la cita ni el empleo, por eso decidió caminar hasta la Ciudad de México.
Ya han pasado 25 minutos desde que Víctor se sentó a descansar y la caravana casi lo alcanza. Decide levantarse, cubrirse el rostro con una gorra oscura, echarse encima un par de mochilas de viaje y continuar su marcha sobre la carretera.
Violenta separación
Pasadas las dos de la tarde, los integrantes de la caravana llegan a Escuintla, una ciudad de 30,000 habitantes a un costado de la carretera costera. Se instalan en el Parque Central del municipio, debajo de una techumbre que los protege de una ligera lluvia que refresca la tarde. Acomodan cartones, bolsas negras de plástico o colchonetas para recostarse sobre la cancha de concreto. Se ven exhaustos. Duermen por más de dos horas y, una vez que han recuperado energías, se dispersan en busca de comida.
Entre las calles del sitio se ve a una mujer con cuatro meses de embarazo preguntar por un cuarto de renta. Su nombre es Yessi y ha decidido abandonar la caravana. Las cosas no le han salido bien desde que llegó a México. Está agotada; el dolor de las ampollas en los pies le impide seguir caminando. La mujer, de 25 años, originaria de El Salvador, fue detenida por Migración apenas llegó a México. Asegura que las autoridades la engañaron, la separaron de sus amigos y la mantuvieron incomunicada.
"La llevan a cárcel. Sí, es como una cárcel. Nos tuvieron incomunicados. Un trato feo", narra.
La cárcel a la que se refiere Yessi es la Estación Migratoria Siglo XXI en Tapachula, considerada la más grande de Latinoamérica. Las altas bardas con alambre de púas que rodean la estación se asemejan al perímetro de una prisión.
Testimonios recabados coinciden en que en este lugar los migrantes son encerrados de forma temporal y separados sin importar vínculos sanguíneos. Al ingresar, les confiscan los celulares y les imposibilitan la comunicación entre ellos.
Este día, en Escuintla, Yessi encuentra un cuarto para renta por 5,000 pesos semanales, pero no le alcanza el dinero. De vuelta a la plaza, sus amigos le recomiendan meditar su salida de la caravana. Ella coloca un cartón en el piso de la plazuela y se recuesta a descansar.
Respiro en el camino
Son las ocho de la noche y las familias que están reunidas en la plazuela se observan agotadas. Hoy caminaron por más de 10 horas, desde las cuatro de la mañana hasta las dos de la tarde. Al centro de la reunión se encuentra José, un joven venezolano de 26 años que se convirtió en el líder del grupo. Es la tercera ocasión en que intenta subir a la Ciudad de México; las dos veces anteriores fue detenido en Oaxaca y regresado a Tapachula. Cuenta que 10 días atrás, la caravana se formó en el Parque Central de Tapachula. Allí conoció a otros migrantes y acordaron avanzar juntos. La voz se corrió y se sumaron decenas de personas hasta alcanzar los cientos que caminan unidos.
"No tenemos otra opción más que la caravana; nos montamos en una combi y nos entregan al cártel. De esta forma vamos juntos y los tratamos de evitar", dice el sudamericano. La noche avanza y deben decidir si continúan durante la madrugada o descansan un día entero en Escuintla. José sube al escenario de la plaza y se coloca frente a la multitud.
Les pide llegar a un acuerdo: sugiere votar a mano alzada.
Mujeres con hijos alegan que la caravana se separa demasiado y dejan atrás a las familias. La discusión sube de tono. Un pequeño grupo quiere seguir avanzando, pero la mayoría se niega. Levantan la voz, hablan al mismo tiempo y solo se escucha una bulla.
De pronto, la voz de José sobresale de entre todas: "Esto es una caravana, no una maratón", sentencia. Los migrantes estallan en carcajadas y aplauden. Está decidido, descansan un día más en Escuintla. Ya mañana será otro día.