Transcripción:
A pesar de los vaivenes de su carrera política, hoy está convertido en una pieza clave de la siguiente administración; puede decirse que goza del favor de los dioses del azar o es un estratega capaz de atisbar reductos donde nadie los ve.
A los usuales rasgos que suelen atribuirse a Marcelo Ebrard habrá que añadirle la capacidad de resucitar. En septiembre del año pasado, tras la encuesta interna de Morena que convertía a Claudia Sheinbaum en su candidata a la Presidencia, Marcelo parecía destinado a la inmolación al rehusarse a reconocer el resultado e impugnar el proceso mismo. Considerando sus virtudes de estratega, la única explicación razonable a tal actitud era atribuirlo a una política destinada a quemar naves dentro del obradorismo y a emprender nuevas aventuras en la oposición. Sus duras críticas a la legitimidad del triunfo de Sheinbaum eran misiles bajo la línea de flotación al proceso interno al que tanto mimo había dedicado López Obrador. Una “traición” aparentemente imperdonable.
La estratagema cobró vida cuando Dante Delgado, el mandamás de Movimiento Ciudadano, afirmó que su partido estaba considerando la candidatura del ex canciller a la Presidencia. Todo indicaba que Marcelo había preparado el terreno para emprender un nuevo rumbo. MC pudo no darle una verdadera oportunidad de alcanzar la silla presidencial en 2024, pero bien manejado parecía una buena opción para potenciar las posibilidades de una tercera vía de cara al 2030. Más aún, Ebrard se presentaba como el relevo probable del propio Dante, quien, todo indica, se encuentra en el último tramo de su carrera y carece de un reemplazo viable. En todo caso, cualquier opción parecía preferible que quedarse en un partido en el que sus cartuchos habían sido quemados, las bases no le querían y sus dirigencias se sentían traicionadas.
Contra todo pronóstico, Marcelo se quedó en Morena. Algo que parecía constituir la peor de las opciones para su carrera. Apenas un escaño en el Senado, supuesta compensación o mero gesto escénico de Morena para impedir las fracturas. Pero no fue así. Nos equivocamos quienes dimos por sentado que lo que seguía para él era una especie de muerte en vida. Hoy sabemos que no solo formará parte del gabinete de Claudia Sheinbaum; además, ocupará una de las carteras claves de la nueva administración.
Si queremos buscar explicaciones a la extraordinaria cadena de sucesos que le permitieron aterrizar de pie tras su caída, habría que citar tres factores. Primero, los pliegues insondables de la psique de López Obrador. Por menos de lo que hizo Marcelo, el Presidente condenó al olvido o desdeñó a colaboradores de indudables galones ganados en campaña. Me vienen a la mente los casos de César Yáñez o Alejandro Encinas. Llaman la atención las tibias reacciones que le merecieron al líder de Morena las duras acusaciones de Ebrard al proceso interno. Por el contrario, desde las mañaneras no cejó en sus llamados a la unidad y a la conciliación. Podría atribuirse a una mera intención de evitar rupturas o el surgimiento de un flanco rival para Claudia, pero para eso habría bastado el escaño senatorial. Quizá Ebrard tenía razón cuando él actuaba a partir de la absoluta convicción de que el Presidente le debía algo y tenía la obligación moral o política de reconocérselo.
Segundo, Donald Trump. El muy probable regreso del republicano a Washington enciende todas las alarmas del gobierno mexicano. Dado el carácter voluntarista que caracteriza al estilo del neoyorquino, se entiende que el país necesita de los mejores interlocutores que pueda conseguir para llevar la relación con los equipos de la Casa Blanca. Y, sin duda, el principal es Marcelo Ebrard, luego de coincidir dos años con su administración y establecer distintos contactos personales con sus colaboradores. Hay enormes especulaciones sobre lo que puede o no hacer Trump en detrimento de México, pero la única certeza es su pretensión de evaluar en profundidad el Tratado de Libre Comercio en 2026, fecha prevista contractualmente para una revisión. La Secretaría de Economía, a cargo de Marcelo, llevará esa responsabilidad por México.
Tercero, el realismo político de Claudia Sheinbaum. Conciliar con Ebrard requirió un trabajo de cicatrización acelerada, que no fue fácil. En la campaña no parecía que la reconciliación fuese una realidad, más allá de la postura oficial, habida cuenta del papel discreto de Marcelo en los actos de campaña, pese a su deseo de hacerse útil. Pero la sensatez pesó más que los agravios pasados. Hacia adentro y hacia afuera, la elección de Marcelo forma parte de un paquete diseñado para dar confianza y estabilidad. Aún no está claro quién llevará la parte activa de las estrategias para potenciar el nearshoring o relocalización de empresas en México, lo que algunos consideran podría ser el equivalente al pozo de Cantarell de la próxima administración. Pero sin duda la oficina de Economía será uno de los protagonistas claves. Es decir, Marcelo será una figura decisiva en los próximos seis años. Nada mal para alguien que había pasado a una aparente mejor vida.
Con todo lo anterior, solo puedo concluir que Marcelo goza del favor de los dioses del azar político o es un estratega capaz de atisbar reductos donde nadie más los ve. Probablemente una mezcla de ambos.
En cierta forma, esta es la quinta ocasión en que regresa del averno o sus inmediaciones. En 1994 era el brazo derecho de Manuel Camacho y ambos fueron derrotados por Luis Donaldo Colosio en la sucesión presidencial y luego desdeñados por Ernesto Zedillo. Regresaron del “destierro político” con su partido del Centro Democrático en las elecciones de 2000, pero no alcanzaron su registro, en lo que pareció una segunda debacle. López Obrador lo rescató como asesor y luego lo llevó a la Secretaría de Seguridad Pública de la capital. Pero Vicente Fox trató de convertirlo en chivo expiatorio de sus pleitos con El Peje y lo persiguió políticamente en las postrimerías de su sexenio. Una vez más, López Obrador lo recuperó y lo hizo primero titular de la oficina de Desarrollo Social y posteriormente su sucesor en la capital. Mucho más grave fue su “cuarta muerte” política, al dejar la Jefatura de Ciudad de México, cuando su delfín, Miguel Ángel Mancera, no solo lo traicionó sino que colaboró para perseguirlo penalmente. Fueron los años del exilio físico, parte de ellos transcurridos en Francia. Para 2018 había rebotado y regresaba como canciller. Su ruptura con Sheinbaum en el otoño pasado parecía la quinta muerte política y esa sí definitiva. Tampoco fue así. Chapeau a Marcelo.
Me parece que Ebrard es quizá el cuadro de la administración pública mexicana más dotado gracias a su paso por la alcaldía de la capital y la cancillería. Pero también creo que Claudia Sheinbaum era mejor opción para el giro de cuidada moderación en el que ahora debe incurrir la 4T. Más fácil para ella que para Marcelo hacer un “corrimiento” al centro sin perder la legitimidad frente a los cuadros obradoristas y los sectores populares. Él está convencido de que su aportación es clave de cara a los grandes problemas de México; ahora la vida y él mismo se han dado otra oportunidad de demostrarlo.