Resumen:
Sí, yo sí quiero que le vaya bien a Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México. Más allá de las enormes diferencias políticas que existen en el país, nadie puede oponerse a la idea de que México crezca económicamente, que se reduzca la pobreza y la desigualdad de ingresos, que haya mayor acceso a la educación y la salud, y que la violencia esté bajo control. ¿Por qué oponerse a algo así? Andrés Manuel López Obrador fue un presidente muy popular, pero dejó un México muy polarizado. No gobernó para todos y erosionó a la joven democracia mexicana. Dices AMLO en México y inmediatamente surgen dos bandos.
Transcripción:
Sí, yo sí quiero que le vaya bien a Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México. Más allá de las enormes diferencias políticas que existen en el país, nadie puede oponerse a la idea de que México crezca económicamente, que se reduzca la pobreza y la desigualdad de ingresos, que haya mayor acceso a la educación y la salud, y que la violencia esté bajo control. ¿Por qué oponerse a algo así? Andrés Manuel López Obrador fue un presidente muy popular, pero dejó un México muy polarizado. No gobernó para todos y erosionó a la joven democracia mexicana. Dices AMLO en México y inmediatamente surgen dos bandos.
Claudia Sheinbaum, en cambio, tiene la oportunidad de gobernar para todos. El gesto de dejar la membresía de Morena va en la dirección correcta. Su arrollador triunfo electoral, con más de 35 millones de votos, y su toma de posesión enviaron un mensaje a millones de niñas mexicanas de que todo es posible, inclusive llegar a la Presidencia. Esto no es poca cosa en un país con una larga tradición de machismo y misoginia.
Los primeros 100 días de Sheinbaum serán fundamentales para saber si se trata de alguien que une o separa. Por eso creo que hay que darle el beneficio de la duda. Hay que ofrecerle un margen para imponer su estilo personal de gobernar. Más allá de las gigantescas diferencias políticas que hay en México, Claudia Sheinbaum será juzgada por su efectividad y resultados.
Y hay, al menos, tres grandes temas que enfrentar.
Seguridad. Todavía no han salido los números oficiales de septiembre, pero AMLO dejó un país ensangrentado con cerca de 200 mil asesinatos. La nueva presidenta es una científica y no puede tener otros datos. Ella sabe de números y en ninguna parte del mundo puedes tener más de 80 muertos diarios, en promedio, y decir que tu estrategia contra el crimen es exitosa.
El problema para la nueva presidenta es que AMLO le heredó la fracasada política de "abrazos, no balazos", y ella no se ha atrevido a romper con su predecesor. No espero, por lo tanto, grandes pronunciamientos públicos. Pero hay que liberar partes del territorio nacional que están bajo el control de narcos y extorsionadores, empezando por grandes zonas de Sinaloa, Guanajuato y Oaxaca.
El principal objetivo debe ser que dejen de matar tantas mujeres en México. (Fueron más de cinco mil feminicidios en el último sexenio). Y no permitir que asesinen a un solo periodista más. (Fueron 47 con AMLO).
Dictadores. ¿Por qué es tan difícil criticar a un brutal dictador como Miguel Díaz-Canel, de Cuba? No solo eso, fue invitado a la toma de posesión, cuando en las cárceles cubanas hay más de mil prisioneros políticos.
Además, Cuba no ha tenido elecciones multipartidistas desde 1959. Es una gigantesca contradicción pedir democracia para los mexicanos y no para los cubanos y venezolanos. ¿Cómo es posible que México no se haya atrevido a criticar el fraude electoral del 28 de julio en Venezuela? Apapachar dictadores degrada y humilla la política exterior de México.
Migración. En Estados Unidos hay un creciente sentimiento antiinmigrante y, gane quien gane la elección del 5 de noviembre, la nueva presidenta tiene que salir en defensa de millones de mexicanos que corren el peligro de ser deportados. Durante el sexenio de AMLO, México se convirtió en la policía migratoria y en la sala de espera de Estados Unidos.
La mayoría de los 10 o 11 millones de indocumentados en Estados Unidos son mexicanos. Y si Trump gana, ha prometido las mayores deportaciones en la historia del país. Claudia Sheinbaum tiene que dejar muy claro que México no va a cooperar con una operación de ese tipo que separaría a miles de padres y madres de sus hijos nacidos en Estados Unidos.
Una de las cosas que más me ha sorprendido, luego de entrevistar a decenas de presidentes, es cuando reconocen el poco poder que tienen para cambiar las cosas en su país. No son superhombres ni supermujeres.
A pesar de los planes y promesas de campaña, la realidad es muy terca y siempre termina imponiéndose. Y en México, para que eso ocurra, hay que darle un tiempo y un espacio para gobernar a la nueva presidenta. No mucho.
Solo suficiente para entender los límites de su presidencia.
Si a ella le va bien, nos va bien a todos.