Pensándolo Bien // El triunfalismo que no ayuda


Resumen:

Preocupan las señales arrebatadas mostradas por Morena en medio de la fiesta de celebración de sus éxitos políticos. No es poca cosa lo que han logrado y están en su derecho de festejarlo. Pero resultan desproporcionados los gestos y actitudes de los últimos días: votaciones a mano alzada en el Zócalo, presumir un sistema de salud mejor que el de Dinamarca, imponer la reforma judicial en cuestión de horas solo por el gusto de hacerlo, instalación del nuevo Congreso a manera de mitin de plaza para mostrar quién es el dueño. Exabruptos triunfalistas, explicables por la carga emocional de la despedida y el deseo de imprimir en el proyecto un último impulso a la identidad obradorista. Pero me queda la sensación de que son festejos que abollan la legitimidad de la victoria; actitudes que parecerían estar destinadas a mostrar al mundo su superioridad política, pero, en esa medida, retrasan o dificultan la difícil tarea que ahora tiene la 4T por delante: generar prosperidad para las grandes mayorías.

Transcripción:

Preocupan las señales arrebatadas mostradas por Morena en medio de la fiesta de celebración de sus éxitos políticos. No es poca cosa lo que han logrado y están en su derecho de festejarlo. Pero resultan desproporcionados los gestos y actitudes de los últimos días: votaciones a mano alzada en el Zócalo, presumir un sistema de salud mejor que el de Dinamarca, imponer la reforma judicial en cuestión de horas solo por el gusto de hacerlo, instalación del nuevo Congreso a manera de mitin de plaza para mostrar quién es el dueño. Exabruptos triunfalistas, explicables por la carga emocional de la despedida y el deseo de imprimir en el proyecto un último impulso a la identidad obradorista. Pero me queda la sensación de que son festejos que abollan la legitimidad de la victoria; actitudes que parecerían estar destinadas a mostrar al mundo su superioridad política, pero, en esa medida, retrasan o dificultan la difícil tarea que ahora tiene la 4T por delante: generar prosperidad para las grandes mayorías.

El obradorismo ya demostró que es un movimiento capaz de dominar la esfera política en nuestro país. Sobrerrepresentación o no, su coalición ganó en 261 de los 300 distritos electorales (87por ciento), gobierna 24 de 32 entidades, controla el Poder Ejecutivo y el Legislativo, y está en proceso de reducir las resistencias del Poder Judicial. Y, más importante aún, goza del apoyo popular, entre otras razones, por la famélica presencia de la oposición.

Este dominio apabullante no exige mayor misterio. Constituye una mezcla del fenómeno político que ha sido López Obrador, pero sobre todo del enorme desinterés de los gobiernos anteriores para atender a las mayorías rezagadas: 35 años sin incremento real de los salarios mínimos, regiones abandonadas, pérdida del poder adquisitivo de la población y un modelo orientado a buscar una prosperidad en la que solo cupo un tercio de la pirámide social. Aquí no hay magia ni perversión, solo aritmética: el sistema fabricó masas inconformes y el hartazgo se tradujo en la exigencia de un cambio. Morena ofreció una respuesta que puede no ser del gusto de ese tercio más próspero, pero el grueso de los mexicanos lo está validando; en todo caso, les parece mejor que cualquier cosa que ofrezca la oposición. Y en este país la fuerza política está definida por el número de votos y por el oficio político para convertirlos en una ventaja. En ambas López Obrador ha superado a sus rivales.

Pero hay un problema, lo que sirvió para la política no sirve para la economía. Acá las relaciones están invertidas: la iniciativa privada genera 75 por ciento del PIB del país, por 25 por ciento del sector público, dominado por Morena. Las urnas pueden provocar súbitamente un cambio de régimen, pero muy difícilmente una estructura económica distinta y menos aún en una sociedad tan interdependiente como la mexicana. Al éxito político de Morena subyace un resultado demasiado modesto en términos productivos: el país habrá crecido a una tasa promedio ligeramente inferior a 1 por ciento anual en este sexenio. Prácticamente la tasa de crecimiento de la población. En los tres sexenios anteriores el aumento fue de 2 por ciento anual, aunque muy mal distribuido entre regiones y grupos sociales.

La pandemia podría ser responsable de 1 punto de esta caída, pero lo cierto es que covid o no, la 4T estuvo muy lejos de la promesa lopezobradorista de crecer entre 4 y 6 por ciento anual, lanzada a principios del sexenio. Y no andaba errado el Presidente: es imposible sacar de la pobreza a las mayorías sin un crecimiento sostenido durante varios lustros, además, claro, de una mejor distribución, algo que ya comenzó.

En cierta manera López Obrador hizo lo más difícil, sentó las bases para empezar a revertir la manera en que los beneficios de la economía se reparten entre la población. Lo hizo sin generar inestabilidad política o económica, lo cual no es sencillo en ninguna sociedad. Y menos en una como la nuestra, de estructuras tan desiguales y con élites tan encumbradas. Para quienes creemos que México era insostenible con un modelo que perpetúa un reparto desigual en favor de los de arriba, López Obrador ha sido un demiurgo, por más que podamos no coincidir con algunos de sus impulsos, fobias y filias.

Pero si el pastel no crece arribaremos a un callejón sin salida aun cuando Morena mantenga el poder político y profundice los mecanismos redistributivos. El gran reto ahora es cómo conseguimos que, sin lastimar esa redistribución, el otro 75 por ciento se dinamice y genere los millones de empleos que requeriría salir de la pobreza. No es que los actos triunfalistas de estos días vayan a impedirlo, pero ciertamente dejan un camino más pedregoso para el primer tramo.

Que Claudia Sheinbaum lo entiende así lo demostró en los primeros días tras su victoria electoral, enviando señales tranquilizantes a los mercados. Primeros pasos para convencer que las dos cosas serían posibles en el segundo piso de la 4T. Luego se dio cuenta de que el líder del movimiento estaba en otro carril, en el de la profundización del control político y en la recarga ideológica, antes de partir. Sheinbaum actuó en consecuencia; no iba a escatimarle el gusto a quien gestó el milagro político que hace posible un cambio de régimen. Ni era posible, ni era conveniente.

No perdamos de vista la trascendencia de lo que sucederá el 1 de octubre. Se retira un mandatario apoyado por dos tercios de la población, líder del movimiento en el poder, con el Ejército de su lado, con capacidad de cambiar la Constitución y en control político casi absoluto del entramado institucional. En cualquier país, en cualquier época, sería una fórmula que desemboca en lo que usted está pensando. No voy a aplaudir a López Obrador por cumplir con su deber o su responsabilidad republicana. Pero es un hecho que México estaría ofreciendo un ejemplo de institucionalidad en la que muchos países han fallado. Asegurar que eso suceda es la prioridad en esta transición, aun cuando haya festejos que parezcan fuera de lugar. Lo que está celebrando el obradorismo no es menor, por más que el futuro del país ahora dependa de lo que siga a partir del 1 de octubre. Poner las cosas en perspectiva ayuda a transitar los días turbulentos y, ciertamente, interesantes.

Mención aparte merecería la pretensión de quitarle al PRI su victoria en la delegación Cuauhtémoc de la capital, bajo acusaciones de violencia de género por acusar a la candidata perdedora de ser hija de Monreal. Por impresentable que sea el PRI es más impresentable desconocer el resultado de la votación. Monreal va a ser coordinador de Morena en la Cámara, razones para preocuparse por el potencial uso faccioso de su mayoría constitucional.